La guerra de las FARC continúa. Es una guerra de campos minados, francotiradores y sabotajes. Cuando les es posible, atacan de manera directa a la Fuerza Pública. Este año han hecho presencia en 250 municipios, y van a producir alrededor de 1.700 heridos y unos 700 muertos en las filas oficiales. Cifras durísimas. Por supuesto que en las filas de las FARC las bajas son más cuantiosas, unas 3.500. No son buenas noticias para esta época navideña, pero es la dura realidad de una violencia que no termina.
El gobierno de Juan Manuel Santos se debe preguntar si continuar con el objetivo de dar de baja a Alfonso Cano, jefe actual de las FARC –sobre quien hay una operación de búsqueda y eliminación desde hace seis años-, sigue vigente como prioridad. La orden es eliminar a los principales jefes, para lo cual las distintas fuerzas (Ejército, Armada, Fuerza Aérea y Policía) se repartieron los jefes y especializaron sus equipos de inteligencia, en pos de estos valiosos objetivos. En el terreno se han logrado éxitos contundentes, como las muertes de Raúl Reyes en marzo de 2008 y del Mono Jojoy en septiembre de este año.
La pregunta es: ¿se hace imprescindible eliminar a Alfonso Cano? Una pregunta parecida se la hicieron en otras latitudes y conflictos; se la hicieron los surafricanos, que mantuvieron en cautiverio a Nelson Mandela y le respetaron la vida, ganando así un excelente interlocutor para tramitar una transición pactada del Apartheid a la democracia en Sudáfrica, una de las experiencias más exitosas en el siglo XX. Se la hicieron también en el Mosad israelí, que planearon la muerte de Yasser Arafat y la buscaron por treinta años, sin lograrlo, hasta que cambiaron de estrategia. Aunque en sus últimos 18 meses de vida, como presidente de la Autoridad Nacional Palestina, lo tuvieron bajo inclemente bloqueo en la derruida Mukata –la sede de gobierno en Ramala- y bajo la mira de francotiradores, decidieron no oprimir el gatillo. Algo parecido ocurrió en el Reino Unido, que en determinado momento acordó una política de no eliminación de dirigentes del IRA, así los tuvieran ubicados.
A estas alturas del conflicto armado colombiano, donde las guerrillas no son amenazas nacionales y están duramente golpeadas y debilitadas, eliminar a Cano sería un error de graves consecuencias. El Estado no puede descartar la variable de acuerdos y negociaciones, así no estén a la vuelta de la esquina en la agenda nacional. Es una opción y, para poderla gestionar, hay que tener el mejor de los interlocutores. Y ése es Alfonso Cano.
Ahora, volvamos a las liberaciones unilaterales por parte de las FARC: se trata de una buena noticia, y mejor sería si incluyera liberar a todos los que tienen en su poder. Ésta representaría una nueva posibilidad para abrirle espacio a un acuerdo acotado y serio con las FARC y el ELN. Pero es mejor contar con un interlocutor de respeto para mantener la opción de integrar a estas organizaciones, en lugar del nefasto escenario de una atomización descontrolada de unas fuerzas que tienen presencia territorial, producen ‘bajas colaterales’ entre la población civil y conservan su vocación de capturar rentas legales e ilegales. Basta observar la crítica situación que brinda la multicriminalidad surgida luego del parcial proceso con las AUC, para reafirmarse en la idea de que es mejor tener con quién conversar del otro lado, que perder una oportunidad valiosa para la paz nacional.
* Luis Eduardo Celis es coordinador del Programa de Política Pública de Paz de la Corporación Nuevo Arco Iris.
El gobierno de Juan Manuel Santos se debe preguntar si continuar con el objetivo de dar de baja a Alfonso Cano, jefe actual de las FARC –sobre quien hay una operación de búsqueda y eliminación desde hace seis años-, sigue vigente como prioridad. La orden es eliminar a los principales jefes, para lo cual las distintas fuerzas (Ejército, Armada, Fuerza Aérea y Policía) se repartieron los jefes y especializaron sus equipos de inteligencia, en pos de estos valiosos objetivos. En el terreno se han logrado éxitos contundentes, como las muertes de Raúl Reyes en marzo de 2008 y del Mono Jojoy en septiembre de este año.
La pregunta es: ¿se hace imprescindible eliminar a Alfonso Cano? Una pregunta parecida se la hicieron en otras latitudes y conflictos; se la hicieron los surafricanos, que mantuvieron en cautiverio a Nelson Mandela y le respetaron la vida, ganando así un excelente interlocutor para tramitar una transición pactada del Apartheid a la democracia en Sudáfrica, una de las experiencias más exitosas en el siglo XX. Se la hicieron también en el Mosad israelí, que planearon la muerte de Yasser Arafat y la buscaron por treinta años, sin lograrlo, hasta que cambiaron de estrategia. Aunque en sus últimos 18 meses de vida, como presidente de la Autoridad Nacional Palestina, lo tuvieron bajo inclemente bloqueo en la derruida Mukata –la sede de gobierno en Ramala- y bajo la mira de francotiradores, decidieron no oprimir el gatillo. Algo parecido ocurrió en el Reino Unido, que en determinado momento acordó una política de no eliminación de dirigentes del IRA, así los tuvieran ubicados.
A estas alturas del conflicto armado colombiano, donde las guerrillas no son amenazas nacionales y están duramente golpeadas y debilitadas, eliminar a Cano sería un error de graves consecuencias. El Estado no puede descartar la variable de acuerdos y negociaciones, así no estén a la vuelta de la esquina en la agenda nacional. Es una opción y, para poderla gestionar, hay que tener el mejor de los interlocutores. Y ése es Alfonso Cano.
Ahora, volvamos a las liberaciones unilaterales por parte de las FARC: se trata de una buena noticia, y mejor sería si incluyera liberar a todos los que tienen en su poder. Ésta representaría una nueva posibilidad para abrirle espacio a un acuerdo acotado y serio con las FARC y el ELN. Pero es mejor contar con un interlocutor de respeto para mantener la opción de integrar a estas organizaciones, en lugar del nefasto escenario de una atomización descontrolada de unas fuerzas que tienen presencia territorial, producen ‘bajas colaterales’ entre la población civil y conservan su vocación de capturar rentas legales e ilegales. Basta observar la crítica situación que brinda la multicriminalidad surgida luego del parcial proceso con las AUC, para reafirmarse en la idea de que es mejor tener con quién conversar del otro lado, que perder una oportunidad valiosa para la paz nacional.
* Luis Eduardo Celis es coordinador del Programa de Política Pública de Paz de la Corporación Nuevo Arco Iris.
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