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lunes, 27 de diciembre de 2010

Sin armas al poder

El primero de enero, Dilma Rousseff asumirá como la primera presidenta de Brasil. No solo por el paso del tiempo su apariencia dista mucho del retrato juvenil impreso en las camisetas del Partido de los Trabajadores (PT), donde aparece con gafas de marco grueso y mirada altiva. Esa foto corresponde a la ficha de arresto de la policía política de tiempos de la dictadura, cuando hizo parte de la resistencia armada, pues la flamante mandataria brasileña fue guerrillera.

Dilma perteneció a la Vanguardia Armada Revolucionaria Palmares y usó alias como 'Marina', 'Wanda' y 'Patricia', hasta que la capturaron y torturaron durante 22 días, para después acabar en el calabozo entre 1970 y 1973. La justicia militar reveló hace unas semanas los documentos secretos que narran el proceso contra ella. La presentan como una figura importante, destacan su capacidad intelectual, dicen que era profesora de marxismo y aseguran que asesoró asaltos a bancos, aunque no participó directamente en esas acciones. Incluso la califican como 'la Juana de Arco' de la guerrilla. En 2008, Dilma, por entonces ministra de la Casa Civil, tuvo que ir al Senado para contestar las acusaciones de haber mentido en esos interrogatorios. "Yo tenía 19 años. Estuve tres años en la cárcel y fui bárbaramente torturada. Estoy orgullosa de haber mentido entonces, porque mentir bajo tortura no es nada fácil", respondió.

Como ex guerrillera al poder, Dilma es parte de un fenómeno continental. En medio del giro a la izquierda de buena parte de la región, los gobiernos han incluido a ex combatientes en posiciones claves. Uruguay es quizás el mejor ejemplo. Allí el año pasado ganó las elecciones José 'el Pepe' Mujica, quien perteneció al Movimiento de Liberación Nacional - Tupamaros (MLN-T). En 1970, el régimen militar lo detuvo tras un intenso tiroteo en un bar de Montevideo, y entre fugas y recapturas pasó 13 años en la prisión de Punta Carretas. El gobernante Frente Amplio es una diversa coalición de izquierda en la que los Tupamaros, amnistiados en 1985, ya habían desempeñado un papel clave en la llegada al poder de Tabaré Vásquez, el predecesor de Mujica.

Para los ex guerrilleros, evolucionar con la democracia es un reto. Brasil y Uruguay son ejemplos de coaliciones de izquierda multicolores con reglas de participación claras. Pero no ocurre así, por ejemplo, en Nicaragua, donde el Frente Sandinista de Liberación Nacional (Fsln) llegó al poder tras ganar una guerra civil, en 1979, y después lo entregó al perder en las urnas. Allí Daniel Ortega consiguió regresar a la Presidencia en 2007, pero petrificó al sandinismo al mantener una organización vertical y personalista y al aliarse hasta con sus antiguos enemigos somocistas para permanecer en el poder. Y todo en medio de un creciente desprestigio y acusaciones de corrupción, fraude electoral y hasta abusos sexuales a su hijastra.

Hay grandes diferencias y muchos matices, pero en cualquier caso, una generación de ex guerrilleros es protagonista de la vida política en varios países. En El Salvador, aunque el periodista Mauricio Funes nunca fue combatiente, su victoria llevó al poder al Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (Fmln). En Bolivia, el vicepresidente Álvaro García Linera perteneció al Ejército Guerrillero Túpac Katari. En Argentina, los Kirchner incorporaron algunos montoneros, y en Venezuela, unos están en el gobierno, como Alí Rodríguez, y otros en la oposición, como Teodoro Petkoff. El sueño de cualquier guerrillero es tomarse el poder. Latinoamérica, en la mayoría de los casos, ha superado el enfrentamiento armado, y es saludable que varios políticos de la región lo estén logrando, pero a punta de votos.

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