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viernes, 14 de enero de 2011

Brasileños entierran a los 476 muertos que han dejado las lluvias

Al anochecer, voluntarios descalzos arrastraban un generador y las luces hasta el cementerio de un pueblo, donde casi 200 nuevas tumbas recién excavadas yacen abiertas como heridas en el suelo de arcilla rojiza, a la espera de algunas de las cientos de víctimas de la lluvias torrenciales.

Se sabe que el balance es de por lo menos 476 muertos a raíz de que los deslaves de lo cerros provocaron derrumbes de lodo y piedras antes del amanecer del miércoles, enterrando a muchos mientras dormían.

Los funerales se realizaron durante todo el jueves bajo una persistente lluvia: una hermana enterrando a su hermano, un hombre que enterraba a su sobrino de un año en un pequeño féretro blanco, una madre que gritaba el nombre de su hijo de 9 años mientras sus restos eran colocados en la tumba.

Pequeñas cruces blancas, hechas a mano, identificaban a las víctimas sólo por números— los detalles vendrán después— se veían como punto en el paraje desolado en lo alto de una colina.

Otras docenas de nuevos funerales se realizarán este viernes y otras 300 nuevas tumbas serán excavadas el sábado, informó Vitor da Costa Soares, un empleado municipal a cargo del cementerio.

"Haremos más espacio. Estaremos aquí hasta las 10 de la noche, hasta la medianoche si podemos, y regresaremos aquí a las 6 de la mañana", agregó.

En el remoto Campo Grande, un vecindario de Teresopolis, ahora accesible sólo a través de una peligrosa caminata de ocho kilómetros, los sobrevivientes rescataban los cadáveres de sus familiares sepultados por el lodo. Cuidadosamente tendían sus cuerpos sobre el terreno seco y los cubrían con frazadas.

Un pequeño gritaba una y otra vez, al percatarse que habían hallado los restos de su padre: "¡Quiero ver a mi papi!".

Las inundaciones y deslizamientos de tierra son comunes en Brasil durante la temporada de lluvias estivales, pero los aludes de esta semana figuran entre los peores de los que se tenga memoria. El desastre castiga particularmente a los pobres, que suelen vivir en chozas endebles construidas en laderas empinadas, con pocos cimientos o sin éstos.

Pero ni siquiera algunos ricos pudieron escapar a la devastación en Teresópolis, donde residencias enteras fueron arrasadas.

"Tengo amigos que siguen desaparecidos entre todo este fango", dijo Carlos Eurico, residente del vecindario de Campo Grande, en la misma ciudad, mientras se movía hacia el mar de destrucción que se apreciaba detrás suyo. "Todo se ha ido. Todo terminó. Nos encomendamos a Dios".…

AP

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